En el jardín de terciopelo y en la huerta.
Donde aún brillan las joyas del rocío.
Sólo el rosal y las verduras hablan
con Dios bajo este cielo turbio.
Trabajé duro. Arranqué piedras enormes
de la tierra. Canté con mis manos
de espaldas a un ángel que me odiaba.
Vi crecer otras manos junto a las mías.
Fui la sombra de ese ángel y la piedra
que arrancaba.
Te cuento esto. Porque toda labor terminó
causando una abertura. Por donde vi pasar
la muerte y sin embargo. En la misa
de la muerte hallé la vida.
Mauricio Escribano
Imagen K.P
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