No podía dejar de ser
sincera cuando mentía
y así barajaba las cartas
adoptando maneras
combinatorias
como si tuviera un ojo
blanco y otro negro
o una mano caliente
y la otra fría.
Quiero decir
que iba despeinada
envuelta en tafetán
sobre las cornisas
y como dije también
que una mano volaba
en la caricia y la otra
nadaba en la tiniebla.
O sea que si cerraba
ambos ojos
toda ella era un pez rojo
que ardía por las noches
en el aire.
Mauricio Escribano
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